Religión, política y lenguaje en el contexto de la globalización (resumen)

Juan Luis Cebrián Echarri

«Toda la Tierra tenía una misma lengua y usaba unas mismas palabras». Así comienza el versículo 11 del Génesis, cuyos autores narran la construcción de la Torre de Babel en la región de Senaar, en Mesopotamia. Ahora que el Papa ha censurado la utilización o manipulación política de la religión, conviene quizás recordar que, desde sus orígenes (que es lo que significa el vocablo génesis), las religiones del libro se basan en la narración de la historia nacional del pueblo elegido, sea este representado por Israel, el Islam o el cristianismo. Por lo que quizá pueda existir política sin religión, aunque los ejemplos son escasos, pero es poco imaginable la religión sin la política.

Las religiones del libro son una religión de la palabra. «Entonces dijo Dios: «Hágase la luz», y hubo luz». Y a partir de ahí continúa emitiendo órdenes verbales. Bertrand Russell criticaba a los filósofos por su reduccionismo a la hora de contemplar el lenguaje como un método de acumulación y transmisión de conocimientos. En su versión más primitiva, la palabra, sin embargo, parece ligada al utilitarismo del mando. Con la palabra, Jehová crea el mundo y trata de organizarlo. Luego, destruyendo la palabra, confundiéndola, castiga en Babel a quienes se apartan del designio divino. Habrá que esperar al día de Pentecostés para que el don de lenguas restituya a los apóstoles lo que sus antepasados habían perdido.

A la hora de especular sobre la globalización del lenguaje conviene, pues, remontarnos a la Creación, de la que en principio se derivaba un único idioma para todos los humanos. En la Biblia, mientras Dios habla al hombre de forma constante, a este en cambio no le es permitido responderle, hasta el punto de que ni siquiera puede mentar su nombre. Todavía hoy no sabemos cómo se pronuncian las cuatro letras que definen al Dios-Yavé, porque en realidad no se pronuncian. Esta inefabilidad de Dios para los hebreos contrasta con la actitud del Creador, que no cesa de dirigirse a ellos, lo mismo que a las cosas de la naturaleza: háganse las estrellas, los animales, las plantas, el hombre y la mujer; a Noé le encarga construir un arca de tres pisos y subirse a ella con toda la prole y a Abraham, abandonar su tierra y su familia para dirigirse al país que Él mismo ha de indicarle. En realidad el Dios del Génesis es humano más que antropomórfico: se asemeja bastante a un señor que manda mucho y que se enfada hasta el infinito cuando no se le obedece. Los constructores del zigurat de Babel quisieron fundar una ciudad con una torre cuya cúspide llegara hasta el cielo. Interesado por lo que sucede, Jehová desciende para ver los trabajos en curso y llega a la conclusión de que a aquellos sumerios «nada les impedirá llevar a cabo cuanto se propongan», porque «todos forman un solo pueblo y hablan una misma lengua». De modo que decide confundir su idioma para que no se entiendan los unos con los otros. Los hombres desafían el poderío del creador utilizando un arma formidable: la unidad del lenguaje. El Dios de la palabra se siente entonces amenazado por la palabra misma. Si esta ha sido el instrumento de la creación y ordenación del mundo, puede ser empleada también en su conquista. El lenguaje en esta leyenda es un instrumento de dominación, no solo un aparato capaz de acumular y comunicar informaciones. Dios ordena al mundo con la palabra y, de pronto, se siente desafiado por ella.