Conforma la lengua uno de los más poderosos y perceptibles elementos de identidad colectiva y, en consecuencia, puede hacer una contribución de primer orden a la cohesión social y política, en la más amplia acepción de estos términos. A través de la lengua se transfieren mundos simbólicos, emociones, valores, modos de vida y hábitos compartidos. Conviene, pues, considerar esta proyección capital de la lengua, no ya en términos económicos, sino en los más exigentes de lo que hoy se entiende como desarrollo humano de las sociedades.